Mensaje de Amense. Navidad 2017-2018
Ya es 30 de diciembre y existe la sensación en muchos de que ya pasó la Navidad y que hubo ciertas personas que no nos han felicitado o, a quienes nosotros tampoco lo hemos hecho; pues los días se van y todo lo que hay que hacer es tan intenso que se nos pasa el poder hacer llegar el mensaje de felicitación a todos los que quisiéramos, lo mismo les puede pasar a los que no lo han hecho con nosotros.
Pero lo bueno es que la Navidad no acabó el 25 de diciembre, sino que empezó, así que estamos a tiempo, porque hasta lo más importante de ella se nos pudo haber pasado también cuando celebramos la nochebuena. Fue tanto el esfuerzo por quedar bien en el trabajo, por limpiar y adornar todo en la casa, por conseguir los regalos para cada cual, por atender las emergencias diarias de los niños, las mascotas, los viejos, las visitas de unos y de otros, que la verdad es que la hemos pasado bien, pero es posible que la mayoría de las personas van y vienen y No se han detenido para ver y adorar al Niño que ha nacido. Y podríamos decirnos, pero si ni siquiera he podido responder a todos los que me han mandado felicitaciones, que están ahí y son personas queridas ¿Cómo hablar de algo “religioso” que no es concreto y que no lo veo en la realidad de mi vida cotidiana?
Bueno, para nosotros, que tenemos el encargo de parte de Él de transmitir la Luz de Amense, llegó hoy el día de poder mandar a todos, conocidos y no conocidos; los que nos quieren o no, este mensaje por esta nueva Navidad.
Y nos vamos a centrar en un punto sobre el que sentimos la necesidad de reflexionar este Año, y es precisamente el punto central: ADORAR AL NIÑO.
Si observamos bien podemos ver una gran diferencia en lo que las personas en general expresan sobre lo que adoran. Uno puedo decir “adoro montar a caballo” y otro: “me gusta verlos, pero odio montarlos”; alguien puede decir: “Yo adoro la Playa” y otro, “yo adoro la Montaña”, unos adoran Netflix, otros el teatro… ¡Se puede aparecer alguien que te diga NO!, no se puede decir “adoro”, porque eso es solo para Dios… Pero lo cierto es que en general tenemos comúnmente expresiones así, para trasmitir que eso que “adoramos” nos gusta mucho, pero tanto, que sentimos que no hay palabras suficientes para comunicar lo que queremos decir; pues sentimos como una verdad superior a nosotros mismos que nos atrapa, y que no podemos sustraernos de ella, porque hace resonancia en lo más profundo de uno mismo, se hace sentir ése que está ahí, dentro de mí, que soy yo mismo, y con quien puedo incluso a veces desconectar y dejar de felicitar también… Pero La realidad que adoro realmente, me saca de ese encierro, de ese olvido de mi mismo, y me abre a una conexión con el entorno que despierta mi sensibilidad y me cambia para bien, hasta el estado de ánimo.
Y, cuánto mayor no será ese bien, cuando yo encuentro a una persona, no a “algo” sino a alguien, a quien de manera natural y limpia, mi corazón se abre y me hace vibrar desde las fibras más profundas de mi ser. Y resulta que ese gran encuentro, no es estrepitoso como un terremoto, ni impetuoso como un huracán, ni intrépido como una tormenta; sino suave, limpio y libre… Pues bien, a esa persona, que ante su presencia se recrea mi espacio, se calma mi ansiedad, se encienden mis luces, se expresan mis talentos… esa es una persona concreta a la que yo puedo decir sanamente “te adoro”; pues se trata de un vínculo en el que -al menos en ciertos momentos- lo profundo de uno se conecta con lo profundo del otro y, se derriban las barreras de la formalidad, del juicio, de las apariencias, de lo normativo y convencional y aparece como una hoguera de calor, de ternura y de Paz, de lo cual el uno y el otro se benefician; y de por sí irradia un bien alrededor, aun cuando ese bien puede molestar o inquietar a quienes no conocen eso, ni viven en esa sintonía. Aunque haya oposición, si nos dejamos llevar, todos tenemos la oportunidad de vivir esos privilegiados momentos de adoración, donde se hace sentir un vínculo Superior a ti, a mí y al otro; es esa relación, como una tercera persona que nos une y nos supera.
Lo dicho puede referirse a relaciones de amigos, de hermanos, de padres a hijos, de hijos a padres, de parientes; hasta puede surgir ante un desconocido; pero donde se realiza y se consuma de la manera más plena y concreta, es en el misterio del Amor de los esposos que se aman.
Ahora bien, hasta ese amor de esposos puede sufrir turbaciones de adentro y de afuera debido a lo limitado que somos cada cual y, por los bloqueos que frenan esa armonía; por eso hay un vínculo Superior aún, y es el vínculo de nuestro corazón con el corazón de Jesús, en quien se encuentra y se reencuentra todo y a todos.
En Ámense hemos establecido que es en esa armonía que aparece dentro de mí al vincularme con los demás y con “lo demás”, desde dentro, la que define la Presencia del Amor de Dios en nuestras vidas; pudiendo reconocerlo a El como Quien queda siempre, más allá de todo sentir y de toda vivencia humana. Es Él el totalmente Otro, que me abre siempre a caminos nuevos e inesperados.
Así es la navidad, en su esencia, más allá de todo adorno y formalidad, una experiencia de adoración, una ternura que se despierta, un nuevo gusto, un nuevo querer que renace y se refuerza; un Misterio Superior de Amor que aparece, suave y profundo, en el entorno que embellecemos, en la cena que comemos juntos, en la música con que nos deleitamos y bailamos; y hasta con el dolor de sufrimientos vividos y compartidos.
Pero la Navidad no termina en una cena de Nochebuena, sino que empieza cuando ese amor nacido nos cambia el rumbo y no nos deja volver atrás a repetir lo mismo, sino que nos pone en el camino del andar constante, tras la luz de esa estrella descubierta que brilló y ya no nos deja quietos y que nos guía para dejar atrás, con los Reyes Magos, las propias comodidades y apegos; y llegar a la contemplación amorosa de ese Niño que ha nacido, y que nos ha revelado el Inmenso Amor de un Dios que acampó entre nosotros.
Nos acogemos así mismo al Amor Maternal de María y al entregado padre José, para que nos permitan, al menos por un instante, llevar a ese nuestro yo soy profundo, a ese niño que somos, para ocupar un espacio junto a El en el pesebre y dejarnos acoger por El, desde lo más profundo, para con El, sanar lo que ha sido dañado y crecer con El y en El.
¡Sí!, vayamos a nuestro Belén en cada Navidad para adorar al Niño que es El y al niño que somos nosotros.
¡FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO ANO NUEVO!
Alberto y Sara
Y Comunidad de liderazgo Ámense
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