Testimonio de P. Alberto, un franciscano casado
¡Habemus Papam...! Parece más joven que su edad. Vemos aparecer como de la nada esa figura sorprendente, con gestos y signos diferentes, parecen propios, no copiados, con una mirada que sale de lo más profundo de un ser tocado por la trascendencia. Vemos una foto de rostro duro en su pasado y, allí parece más viejo que en un presente en vivo, lleno de una sonrisa particular, con una postura, gestos y palabras originales, como si estuviera siendo llevado, él mismo sorprendido de ser el Papa y de tener allá abajo una multitud de personas esperando por él, por conocerlo, por saber a quién toca ahora al timón de una Iglesia, que llegó a los límites máximos de las crisis, una Iglesia en noche oscura, azotada por tormentas y tornados, unos con vientos huracanados sostenidos desde fuera y con rachas intensas, los otros, generando ciclos enredados desde dentro de ellos mismos.
¿Bergoglio? ¿Quién es ese? ¿De Argentina? ¡Oh! No lo tenía en cuenta, pero sí, sí, me suena, me suena ese nombre y ese rostro, sobre todo el de la foto de “rostro duro y viejo”. Pero ¡qué sorpresa! No salgo de mi asombro y oigo un nombre: “Francisco” ¿Cómo? Sí: F R A N C I S C O, ¡No! No lo puedo creer. Sí, está hablando ya, y dicen que es Jesuita. ¡Un jesuita! ¿Qué está pasando? Son demasiadas las sorpresas, ya no puedo hablar, ni hacer comentarios, estoy profundamente emocionado. Han fracasado mis ideas, mis pensamientos, mis pronósticos, los que no pude evitar hacerme durante ese mes y más, mientras apareció la expectativa de un nuevo Papa, tras la no menos sorprendente y agradable noticia del merecido Retiro de Benedicto XVI.
Luego del inigualable Papa Juan Pablo II, no lo tenía bien consciente, pero anhelaba ya un cambio después de pocos años de estar Ratzinger en la cede de Pedro. ¡No! Él no podía inspirar a un pueblo, no era su carisma, es ese de ideas clarísimas, es ese cráneo que protege el contenido riquísimo de sabiduría y de fe; pero no es ese hombre de contacto con el mundo y con la gente. ¡Bendito Dios! Ahora sé que está en su lugar, ¡libre! para seguir pensando y escribiendo. ¡Felicidades Papa Benedicto XVI por tu decisión!, con ella pensaste bien en ti, en tu Iglesia y en tu mundo, y espero ahora sí brote de ti una autoridad propia de tu esencia de hijo privilegiado del Padre, eso esperamos todos…
Pero el mundo sigue en varios días con novedades y sorpresas del nuevo Papa Francisco, ¡Papa Francisco! Cómo resuena eso dentro de mí, no lo puedo evitar; ¡y qué bien suena!, pero aún no he podido expresar todo lo que en mí se mueve con eso. Es que mi tesis teologal en Roma fue basada en el episodio donde San Francisco va al Papa, el tenso diálogo con éste, su aprobación y todo lo demás: la larga historia Franciscana, su papel de ser fermento dentro de la gran estructura eclesial, llena de trabas y requisitos que alejan de la simplicidad original… Al pobre Francisco, en realidad, nunca lo había aceptado la Iglesia desde su cúpula, desde su pensamiento y desde su teología misma. Francisco había sido aceptado, porque no le quedó más remedio ante su incondicional humildad y entrega a su Santa Madre Iglesia, en la cual creía tanto, que decía que si lo votaban de ella por la puerta, se colaba después por una ventana. Tal era la conciencia de aquel pobrecillo de Asís de ser iglesia, y tal era su convicción de estar haciendo un Bien a él mismo y al mundo, que fue una y otra vez allí, ante su cabeza máxima para que fuera éste, el Papa y no nadie más, quien lo rechazara si lo iba a rechazar o, quien lo bendijera.
Francisco, hijo de un rico mercader, en absoluto despojo y pobreza, ante el Papa Inocencio III, estaba poniendo en Jaque a este “Rey” (la figura más encumbrada y excelsa del mundo, en un momento histórico en que el Papado llegó a la máxima manifestación de su poder e influencia). Éste supuestamente representaba a Cristo en la Tierra y, Francisco no vino criticando, ni protestando sobre su poderío, sino que vino, con un grupo de sus seguidores, mostrando una actitud y un estilo de vivir, excluido de la Iglesia de entonces, pero que actualizaba, para ese siglo XIII, al Evangelio de Jesucristo y María Santísima, quienes fueron pobres y, sus apóstoles también fueron pobres. No pudo ese gran estratega que fue Inocencio III, negar la bendición a Francisco y sus hermanos, ni luego a Santa Clara y sus hermanas… sólo una primera bendición y palabras de aliento bastaron para que, en menos de tres años, el grupo de los 8 hermanos se convirtiera en una hermandad de miles de hombres y mujeres que encontraron un camino de realización de sus personas inspirados por Francisco y Clara.
Francisco fue un nuevo, positivo y excelente germen que entró en la Iglesia, como por disposición divina, pero sin mucha aceptación real de los que sostenían esas estructuras. Esa semilla de vida renovadora penetró en la Iglesia e hizo que el derrumbe que le esperaba no fuera del todo estrepitoso, ni estruendoso, ocasionando rupturas infructuosas al mundo. Dios es el Dios de la historia, pero yo pensé muchas veces como franciscano, y más ahora que he salido y vivo como un laico, al ver cómo su Orden expandida por todo el mundo ha perdido su fuerza original, al ver cómo inevitablemente se ha clericalizado, formando parte de la gran institución que ya no refleja esa vida de Jesús, María y sus apóstoles. Ya yo había perdido la esperanza en una Iglesia renovada y, quizá, por ciertas características de mi persona -que son dañadas y no me ayudan- tienda a ver siempre la destrucción en el futuro de mi país, de mi mundo y de mi Iglesia; quienes amo, pero de quienes no espero fácilmente los cambios hacia el bien.
Esto me pasó con Francisco, he llegado a lamentar, como es la opinión de muchos, que Francisco de Asís, hubiera sometido no sólo su persona, sino a su Clara y la familia franciscana fundada por ellos, a una Iglesia que, con el tiempo, ha llegado a frenarlos y desvirtuarlos, y que al fin y al cabo hoy sólo da signos de deterioro y malos frutos mientras ya los franciscanos no marcan mucho la diferencia en ella, sino que están en lo mismo… Pudiera ser que tantas personas que aprecio e incluso amigos entrañables, tengan razón al decidir separarse de la comunión con Roma; y a mí, oportunidades, condiciones y propuestas no me han faltado para hacer “otra iglesia”, pero la Luz de Francisco y Clara me ha mantenido ahí, subvalorado para muchos, pero católico.
Mi decisión, siguiendo a Cristo, de SALIR de la Orden y de las estructuras clericales, aún sintiendo el apoyo constante del Cielo entero en mi, y alcanzando grados de realización de vida inimaginables junto a mi esposa Sara, aún así, una sombra oscura, como de tormenta ha agitado mi persona, pensando que quizá Francisco se equivocó y, pensando también que no vale la pena poner la esperanza en una Iglesia, como si esta fuera un padre amado que te acoge. Pensaba que unos cardenales tan mayores, pertenecientes a unas generaciones tan dañadas en su formación, que en su mayoría, en el fondo, no apreciaban a Francisco ni a su obra, ni a las órdenes religiosas y sus carismas en general; nunca pensé que de ese grupo cardenalicio, iba a salir un Papa que fuera Jesuita y, que además se pondría, el nombre de Francisco.
Esto que he podido expresar es algo que explica un poco el porqué de tanta impresión para mí y tanto resonar en mí de las palabras Papa-Francisco.
Hoy no sé lo que advendrá, pero sigo cada día noticias y veo que no sólo, no se cambió su cruz modesta, ni sólo se negó a ponerse los zapatos rojos, ni se puso un anillo de oro; no solo fue al hotel y cargó él mismo su equipaje y pagó su cuenta, sino que habla de humildad, de estar con los pobres, se presenta de sorpresa en las iglesias, saluda a la gente desde el atrio de San Pedro y no desde las alturas, no vive en el tradicional recinto papal, almuerza con todos en el hotel de hospedaje del Vaticano, conserva su vínculo cercano con los conocidos y amigos de siempre. Es Jesuita y se llama Francisco, una combinación de los dos carismas, en una persona cuya historia está marcada por no haber sido comprendido siempre por los suyos, pero que siempre se ha sabido ganar las adecuadas simpatías para que todo sea “at maiorem Dei gloriam” (para la mayor gloria de Dios) como es el lema de los jesuitas. Parece -y siento- que en su persona pudiéramos ver una generación de mayores salvada, que puede comunicar y acoger todo lo nuevo que hay en el mundo y que viene.
Bueno, no lo puedo evitar, ¡siento alegría!, se aviva mi esperanza al saber de este nuevo Papa en la silla de San Pedro, puedo distinguir lo que viene de mis daños cuando no confío en la Iglesia y, sobre todo me siento un poco más reconciliado con San Francisco, en su acto de entrega a la Iglesia, pues todavía hoy, después de 800 años su acto de entrega, la nutre y hace bien al mundo.
Es ahora que verdaderamente el éxito de tu entrega al Papa, Francisco, llegó a su alcance máximo, él asumió tu nombre; ese que fuiste tú el primero en llevar en esta tierra, pues lo inventó tu padre al nacer tú de una madre francesa y estar él en Francia en sus negocios cuando naciste (Francesco en italiano quiere decir francesito) y tu vida ahora brilla más, ya no sólo por los que aún te siguen, sino desde la cumbre misma de una Iglesia a la que tú le pusiste una pauta, en el segundo milenio de su historia, en los inicios mismos del mercantilismo y el final de la época feudal. Sí, desde tu humildad y firmeza, pero sin violencia, sin campañas ideológicas, sin revoluciones populistas, ni mucho menos violencias, has logrado dinamizar una etapa de la historia del mundo, de la iglesia y del papado mismo, que ya llega a su final. ¡Gracias Francisco!
Y como soy mal esperanzado, sáname, para poder esperar aún un final renovado más que un fin-destrucción, un cambio de etapa feliz y reconciliada con su historia y, finalmente, que Ámense, que tiene una fuerte inspiración en ti y en Clara, nutra la vida de esta Iglesia que hoy, otra vez, como en tus tiempos, amenaza ruinas.
Alberto, no sin mi Sara
escrito el Viernes Santo, en Hialeah, Fl, 29 de marzo de 2013